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Página: Ateneo Lorquino, El (Lorca). 23/2/1877, página 3.

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Texto	ATENEO tORQUINO. 51. he fijado en esa adiccion que acabáis de efectuar y me he convencido que ya no posee aquella rapidez que en otro tiempo os dio renombre. Lleve cuidado, y recuerde aquellos versos que se pueden aplicar á los cajeros que decaen: por la ligereza empiezan y por el error acaban —Phs, no sabes lo que te dices, dijo algo amoscado el buen empleado; jaaás he estado mas seguro de lo que hago como ahora. —Sin duda será entonces una figuración mia, ó efecto del calor: uno se ahoga en este recinto; el sol de Julio os alterará. ¿Queréis un helado,? añadió el festivo Antonio. —Muchas gradas, no lo necesito, Ea... cada cual á su trabajo Me parece tiene razón, dijo para sí, después de limpiarse la frente con su tradicional pañuelo de yerbas; hace un calor insoportable. Y humedeciendo nuevamente su pluma, no sin haberse asegurado de la perfección de sus gavilanes, se puso a perfilar la b d? la palabra Balance. III. D. Homobono Rai?i-c\ibica, limadas las operaciones de su balance, se frotó satisfecho sus arrugadas manos, y tan seguro estaba de su trabajo, que no se dignó comparar ambos resultados. Mas detiene casualmente su vista en uno de ellos y exhala un ahogado grito. Lin.pia los cristales de sus gafas, se inclinn, compara, palidece, su mano tiembla y un sudor frió surca todo su cuerpo. La duda no es posible, hay una diferencia en las dos sumas, el balance es falso, existe un error y por él cometido. La cifra 5 rs. 25 céntimos esla allí como mofándose de su impericia, la vé, y se le figura que todo el editicio se desploma, que lodo el pueblo está cíetiás de él, haciendo constar esta diferencia y murmurando a su oida—¡¡Has cometido un error!! Poco á poco adquiere su habitual serenidad, dirige una tímida mirada hacía donde se halla B y se convence que nada ha visto, pues se halla ocupado en su tarea. —Vamos, dice, esto será una simple distracción; busquemos con calma: y con cierta ira reconcentrada se sumerge de nuevo en aquel piélago de guarismos y nada encuentra por mas punteos que verifica,. Vuelve por no sé que vez a comenzar todos sus cálculos en varios sentidos, consiguiendo acumular irrecusables pruebas de que él, el infalible, se ha engañado. La hora de partir se aproxima y como un autómata, camina murmurando á cada paso «S rs. 25 céntirpog,» Después de una noche fatal, llega el primero, cual de costum-
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