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Página: Ateneo Lorquino, El (Lorca). 8/3/1877, página 5.

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Texto	ATENEO LORQÜINO. 69. "Viósele por vez primera tn el foro persiguiendo a sus tutores, sobre los que obtuvo el triunfo mas completo: esto le alentó para presentarse en la tribuna pública de donde, menos afortunado, tuvo que retirarse por dos veces consecutivas, siendo el blanco de las burlas y risotadas de la multitud. No desmayo en su empresa á pesar de un éxito tan poco lisonjero; ánies por el contrario, conociendo que adolecía de muchos defectos, especialmente en la pronunciación y ademanes, trató de corregirlos á fuerza de asiduidad y del más ímprobo trabajo. Y al efecto, se encerraba en un subterráneo para no tener motivo de distracción; colocábase delante de un espejo que hacia preparar de antemano, y de esta manera estudiaba todos los movioiientcs, gesticulando a veces sobre la brillante hoja de una espada, y recitando en alta voz los discursos que habia mandado ¿ la memoria. Situábase también con mucha frecuencia á orillas del irritado mar al que arengaba fuertemente, procurando dominar con su voz el ruido de las olas, para aeostun)brarse así al estruendo de las juntas populares. Últimamente, como era algo tartamudo, solia ponerse unas piedrecitas dentro de la boca, y trepando al mismo tiempo cuesta arriba, recitaba algunos versos difíciles hasta que, con la continua práctica de estos ejercicios, logró adquirir la más fácil, clara y expe<iita pronunciación, llegando á ver al fin realizados sus justos propósitos; pues llegó á ser el hombre más elocuente de cuantos le hablan precedido, y de cuantos después le siguieron; siendo tal el grado de sublimidad á que en el arte de la Oratoria se habia remontado, que el mismo Cicerón confiesa que debían estudiar sus obras cuantos quisieran iniciarse en todos los artificios de la elocuencia. A pesar de no poseer belleza física, ni disfrutar de una completa salud, era tan enérgico y expresivo cuando arengaba al pueblo que decidía siempre los negocios más arduos de la república, como la paz y la guerra; confundía y aniquilaba á sns más poderosos enemigos, y oblenia constantemente las más señaladas victorias en los debates públicos: díg.ilo sino la reñida y prolongada contienda sobre la Corona, sostenida contra Esquines, su formidable antagonista y el orador más célebre de aquellos tiempos, en la que, no obstante la asombrosa destreza con que éste aprovechaba todas las circunstancias para producir efecto en el ánimo de sus compatriotas, ora dirigiéndose al entendimiento con pruebas magistralmente presentadas, ora tocando de mil modos los varios resortes del corazón, hablándoles de cuanto debía serles mas querido y poniéndoles hiUe su vista las sombras de todos aquellos que sucumbieron como buenos en la memorable jornada tie Queronea; no obstante todo esto, repetimos, fué vencido por Demóstenes en un discurso que, según la general opinión de los críticos, es, ha sido y será siempre el modelo más
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