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Página: Álbum, El (Murcia). 9/2/1877, página 5.

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Texto	EL ÁLBUM. 45 sor roal, si no simplemente artificial: no és el uso, és el abuso dol lujo, y este cn voz do proporcionar los adelantos que son naturales en el verdadero, lo quo hace és pervertir á la sociedad, y viene á serla destrucción completa de la misma, por que viciada alguna parte de ella en la ostentación y aparato que siguen, y propagándose por todos los demás, queriendo lucir lo quo no tienen, lo que consigue únicamente á costa de su ruina y desti-uc«ion para siempre. De esto és cau^a lo poca reflexión, por que si comprendiesen que cada uno dentro de su círculo puedo gastar el lujo natural, el quo está dentro de los límites de lo posible, no abandonarían su posición, ni se remontarían á la esfera de lo imposible para caer en un abismo profundo y siu salida. Si el lujo verdaderamente considerado fuese perjudicial, la sociedad hubiera procurado desde luego poner los medios para condenarle. Esto se ha querido algunas veces, pero pronto ha habido que desistir, porque las disposiciones quo se daban no podían tenor efecto, por ser hasta ridiculas y nulas. P . SOLER Y A C E S A . El firmamento se percibía claro y hermoso, y la naturaleza entera viviendo en el silencio, se presentaba radiante, tal como debieron contemplaila nuestros padres en los primeros dias de la creación. Todo estaba en el mas completo reposo. La ciudad de Warmia descansaba, y solo cn la plataforma de una elevada toire, se notaba inmóvil y fijo el busto de un anciano. De su ínano pendía el instrumento paraláctico, y su cabeza erguida, miraba fijamente hacia el Oriento. Y c u a n d o vió querías estrellas palidecían, en esa hora divina on que se escucha cómo la savia sulio por los troncos de los árboles, como se precipitan los astros en ol vacio, y como, cn fin, palpita la naturalezai'; él miraba con aquel grosero instrumento, los cuatro puntos cardinales del Universo, y absorto y admirado, dejaba e caer después, brillando en sus ojos una ardiente lágrima. A los sesenta años de odad, confirmaba los estudios y esperiencias de toda su vida. Y á nada le quedaba que hacer sobre la tien-a. Y en aquel momento en que los hombres, levantándole sobre un pedestal, debieron adorarle c o mo á un Dios, el mundo recibía sus descubrimientos, como las estravagancias de un loco, y sus palabras no merecían mas eco, que la carcajada irónica lanzada siempre, por seres ignorantes y estúpidos. Todos los redentores han tenido su calvario; y aunque después de alguno-i siglos, los instrumentos del martirio, son los blasones de f u g l o ría, no por eso deja de merecer maldición ol pueblo que no cree en el Mesías, que es la verdad, y los fariseos que por soberbia lanzan injustos ana • temas, Copérnico tuvo sus perseguidores irritados que no desealian mas que su destrucción y su nmeite. La Universidad de Nurembcrg en masa, atacaba la imprenta donde se imprimía el mas famoso de todos los libros. Los obreros trabajaban arma en mano; y allí en aquellas lioras supremas, de continuas desesperaciones, Copérnico pasaba por la calle sin límites de la amargura, y aunque incesantemente recibía el aliento de la resignación y la esperanza, sin embargo su corazón latía con violencia y la sangre que acudía á él con demasiada fuerza iba destruyendo su vida apresuradamente. Mas no era aun bastante; faltaba otra pruelia, para que laa sienes de'aquel hombro ciñeran la d o ble diadema del martirio y la ciencia. U n obrero es comprado por la universidad y con una infamia sin ejemplo, entrega á aquella turba brutal el manuscrito del libro que se impiimía, y cuyas páginas estaban regadas ccn sangre. Esta reliquia de valor inestimable, fué quema- C O P É R N I C O . Las efemérides de los pueblos, nos recuerdan siempre las fechas de las grandes batallas, donde el furor inhumano de la guerra, destruye, aniquila y mata la vida de los hombres y los progresos de las civilizaciones. Mas hay fechas que nadie las recuerda, que v i ven olvidadas, sin embargo de que debian estar con caracteres permanentes impresas en nuesti'os corazones. Las victorias alcanzadas por cl homjjre sobre la naturaleza, esas grandes epopeyas del saber humano, donde el genio brilla como la luz eu la negra noche, con brillantes resplandores que ciegan nuesti'a vista, es necesario buscarlas, leer y releer algunos libros para hallarlas casi borrada?, por la con'osiva tinta de antiguos pergammos. jQuién se acordará de la inmortal noche, en que Nicolás Copérnico, canónigo, doctor en filosofia, teología y medicina, vió brillar en el firmainento, desde el observatorio de Warmia., el dedo de Dios quo le enseñaba á conocer que el mundo en que vivimos, no cs cl centi'o del Universo, smo el átomo que gira y se remueve en inedio de otros millones de mundos, sostenidos, equilibrados por la suprema ley de la atracción universal? Era una hermosa noche del mes de Mayo del .año 1.543. El fresco ambiente purificaba la atmósfera do los vapores que durante el dia habla fluido la tierra.
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